Ir al contenido principal

Claro de Luna

Al fin, a solicitud de tantas almas conmovidas y espirituales, dejaron de fluir las cargas por el cobre y púdose contemplar, en mi pueblo, el verdadero color de la noche. La Luna ejecutaba piruetas sobre las arecas del jardín. Se escuchó entonces el paso del viento, y hasta podía imaginarse el ruido de las piedras al quebrarse en la superficie lunar. Y las notas de Beethoven.

La suerte de Beethoven fue la de haber nacido antes que Edison. Así no tuvo que sufrir, adicional a su sordera, toda esa mole de escándalo moderno. Pero ahí están, sobreviven, su música y la Luna, con una luz semejante a la de entonces.
Por eso, la Cumbre de las Cumbres va a proponer que se establezca La Noche de la Luna, no para los privilegiados que la tienen siempre_  a veces, incluso, sin la opresión de un techo que se la oculte_, sino para los pobres alienados que no pueden admirarla, sepultados bajo inmensos rascacielos y un mar de ruidos y luces. Se apagarán así Nueva York, París, Londres, y todas las grandes urbes de este mundo en esa noche, para alumbrarse de luna. Y los millonarios apagarán sus yates en el mar, para descubrir lo que nunca habían sido capaces de ver. Y escuchar, dirigiendo la orquesta de la ópera, allá, muy alto, en la Luna, al magnífico sordo.

Comentarios